Por John Macarthur
Los primeros mártires tenían muy claro lo que significaba ser cristiano. Sin embargo, pregunte hoy lo que significa y probablemente va a recibir una variedad de respuestas, aun de aquellos que se identifican con este sello.
Para algunos, ser «cristiano» es primariamente cultural y tradicional, un título nominal heredado de una generación previa, el efecto neto que implica evitar ciertos comportamientos y asistir ocasionalmente a la iglesia.
Para otros, ser cristiano es principalmente algo político, una búsqueda para defender valores morales en la plaza pública o quizá para preservar aquellos valores por medio del distanciamiento en general de la plaza pública. No obstante, muchos definen el cristianismo en términos de una experiencia religiosa pasada, una creencia general en Jesús o un deseo por ser una persona buena. Sin embargo, todo esto cae lamentablemente muy por debajo de lo que realmente significa ser cristiano desde la perspectiva bíblica.
Es interesante ver que a los seguidores de Jesucristo no se les llamó «cristianos» hasta después de diez o quince años del inicio de la iglesia. Antes de ese tiempo, a ellos sencillamente se les conocía como discípulos, hermanos, creyentes, santos y seguidores del Camino (título derivado de la referencia de Cristo a sí mismo en Juan14.6, como «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida»).
De acuerdo con Hechos 11.26, fue en Antioquía de Siria que «a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez» y desde entonces les quedó el mote. Inicialmente el nombre lo acuñaron los incrédulos, como un intento por ridiculizar a aquellos que seguían a un Cristo crucificado.
Sin embargo, lo que comenzó como un ridículo pronto se convirtió en una insignia de honor. Que a alguien le llamaran «cristiano» (en griego, Christiano) era que le identificaban como discípulo de Jesucristo y lo asociaban con Él como su seguidor.
De modo similar, los de la familia de César se referirían a ellos mismos como Kaisarianoi («aquellos de César») con el objetivo de mostrar su lealtad profunda al emperador romano.
A diferencia de los Kaisarianoi, los cristianos, en cambio, no daban su lealtad suprema a Roma o a cualquier otro poder terrenal sino que toda su dedicación y adoración estaban solamente reservadas para Jesucristo. Por esto, ser cristiano, en el sentido real del término, es ser seguidor incondicional de Cristo. Como dijo el mismo Señor en Juan 10.27: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen» (énfasis añadido).
El nombre sugiere mucho más que una asociación superficial con Cristo. En lugar de ello, demanda un afecto profundo por Él, lealtad a El y sumisión a su palabra.
En el aposento alto, Jesús dijo a sus discipulos: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» Juan 15.14). Antes dijo a las multitudes que se agrupaban para escucharlo: «Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos» (Juan 8.31); y en otro lugar: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9.23; p. Juan 12.26).
Cuando nosotros mismos nos llamamos cristianos, proclamamos al mundo que todo sobre nosotros, incluyendo nuestra identidad personal misma, se cimenta en Jesucristo porque nos hemos negado a nosotros mismos para seguirlo y obedecerlo. Él es tanto nuestro Salvador como nuestro Soberano y nuestras vidas se centran en agradarlo a Él. Profesar el título es decir con el apóstol Pablo: «Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia» (Filipenses 1.21).
Una palabra que cambia todo Desde su aparición en Antioquía, el término cristiano se ha convertido en el sello predominante de aquellos que siguen a Jesús. Es una designación apropiada, pues se enfoca justamente en el protagonista principal de nuestra fe: Jesucristo.
A pesar de eso irónicamente, la palabra misma solo aparece tres veces en el Nuevo Testamento; dos en el libro de los Hechos y una en 1 Pedro 4.16.
En adición al nombre cristiano, la Biblia utiliza una serie de otros términos para identificar a los seguidores de Jesús. La Escritura nos describe como forasteros y extranjeros de Dios, ciudadanos del cielo y luces para el mundo.
Nosotros somos herederos de Dios y coherederos con Cristo, miembros de su cuerpo, ovejas de su rebaño, embajadores a su servicio y amigos alrededor de su mesa. Se nos llama a competir como atletas, a luchar como soldados, a permanecer como ramas en una vid y hasta a desear su palabra como los niños recién nacidos anhelan la leche.
Todas estas descripciones, cada una en su forma propia y única, nos ayudan a entender lo que significa ser cristiano. No obstante, la Biblia utiliza una metáfora con más frecuencia que cualquiera de estas.
Es una descripción verbal vívida que quizá usted no espera pero es absolutamente crucial para entender lo que significa seguir a Jesús. Es la imagen de un esclavo.
Una y otra vez a través de las páginas de la Escritura, se hace referencia a los creyentes como esclavos de Dios y esclavos de Cristo. De hecho, considerando que el mundo exterior los llamó «cristianos», los primeros creyentes reiteradamente se referían a sí mismos en el Nuevo Testamento como los esclavos del Señor. Para ellos ambas ideas eran sinónimas. Ser cristiano era ser esclavo de Cristo.
La historia de los mártires confirma que esto es precisamente lo que ellos quisieron decir cuando declararon a sus perseguidores: «Yo soy cristiano». Las autoridades romanas, por ejemplo, encarcelaron y torturaron a un joven llamado Apphianus. Durante todo su juicio, él solo habría de responder que era esclavo de Cristo.
Por tanto, se le sentenció finalmente a muerte y murió ahogado en el mar. Su lealtad al Señor nunca flaqueó. Otros de los primeros mártires respondieron de manera similar: Si consentían en ampliar sus respuestas, el asombro de los magistrados se hacía mayor, pues parecían hablar enigmas insolubles. «Yo soy esclavo de Cesar», decían, «pero un cristiano que ha recibido su libertad de Cristo mismo», o viceversa, «soy un hombre libre, esclavo de Cristo».
La palabra hebrea para esclavo, bed, puede significar una esclavitud literal a un amo humano. Sin embargo, también se usa (más de 250 veces), para describir metafóricamente a creyentes, denotando su deber y privilegio de obedecer al Señor celestial. El uso en el Nuevo Testamento de la palabra griega, dolos, es similar.
Esta también puede referirse a la esclavitud fisica. Sin embargo, solo se aplica, al menos 40 veces, a creyentes denotando su relación con el Amo divino (cp. Murray J. Harris, Slave of Christ (Esclavo de Cristo] [Downers Grove, IL: Inter Varsity Press, 1999], pp. 20-24). Unos 30 pasajes más del NT utilizan el lenguaje de doulos para enseñar verdades sobre la vida cristiana. 8. Ver por ejemplo, Romanos 1.1; 1 Corintios 7.22; Gálatas 1.10; Efesios 6.6; Filipenses 1.1; Colosenses4.12; Tito 1.1; Santiago 1.1; 1 Pedro 2.16; 2 Pedro 1.1; Judas 1 y Apocalipsis 1.1
Por esto, a veces ocurría que era necesario buscar al oficial apropiado (el curator civitatis) para constatar la verdad sobre su condición civil.
Sin embargo, lo que probaba ser confuso para las autoridades romanas tenía sentido perfecto para los mártires de la iglesia primitiva.
Su identidad propia se había redefinido radicalmente por el evangelio. Ya fueran libres o esclavos en esta vida, a todos ellos se les había liberado del pecado; por tanto, al ser comprados por precio, todos habían llegado a ser esclavos de Cristo.
Eso es lo que significa ser un cristiano, El Nuevo Testamento refleja esta perspectiva, ordenando a los creyentes a someterse a Cristo completamente y no solo como siervos contratados o empleados espirituales, sino como quienes pertenecen por entero a El.
Se nos pide obedecerlo sin preguntas y seguirlo sin reclamos. Jesucristo es nuestro Amo, un hecho que reconocemos cada vez que lo llamamos «Señor». Somos sus esclavos, llamados para obedecerlo y honrarlo humilde e incondicionalmente.
Hoy en las iglesias no escuchamos mucho acerca de este concepto. En el cristianismo contemporáneo se habla de cualquiera cosa menos de la terminología esclavo. Se habla del éxito, de la salud, de la riqueza,